El arte medieval religioso es uno de los legados más importantes que conservamos de la Edad Media y del cual podemos disfrutar en numerosos museos, catedrales y exposiciones. Las obras de arte medievales surgieron en un contexto en el que no existía el concepto de arte como fin en sí mismo ni el de la belleza como su objetivo, ni siquiera el concepto mismo de artista o de bellas artes.
El arte medieval religioso tenía como cometido ser una ofrenda a Dios, a los santos o a los difuntos, con el fin de obtener su gracia, su indulgencia, etc. Para la cual eran necesarios los mejores materiales y las mejores técnicas.
Otro cometido del arte religioso era el de ser una afirmación de poder: por un lado, del poder de Dios y de la Iglesia (el poder religioso); por otro, del poder político (emperadores, reyes, y las mismas instituciones eclesiásticas). A finales de la Edad Media van surgiendo otros agentes sociales con los medios suficientes para encargar obras de arte: la burguesía.
La descripción de imágenes, retratos, cuadros, estatuas o monumentos de la iconografía cristiana interesa no sólo a la historia del arte, sino también a la historia de la civilización en general, del pensamiento humano y, más particularmente, del sentimiento religioso.