La corona es un ornamento de la cabeza, simbolizando en todas las épocas un distintivo de la autoridad real o como premio o condecoración debida a méritos muy singulares.
En Occidente, los reyes de la Edad Media, usaban coronas en forma de aro cilíndrico de oro, adornado con pedrería preciosa; desde el siglo IX al XIII suelen montarse sobre el aro unos florones o puntas con bolas, y desde el XIII se estrecha el aro y se convierten los florones en trifolios, lo cual es muy común en los dos siglos siguientes.
Desde el siglo XVI se fija la distinción entre coronas de reyes, príncipes y nobles. En los siglos XVII y XVIII la heráldica comenzó a codificar las coronas nobiliarias, cuya jerarquía y aspecto variaban de un país a otro. Algunas coronas honoríficas se podían colocar sobre el casco o remate del escudo.
La corona europea más antigua todavía existente es la Corona de Hierro del siglo VII. Durante toda la Edad Media, las coronas heráldicas adornaban a menudo el casco y no siempre tenían carácter nobiliario.
La corona es de origen muy antiguo. Ya entre los romanos la corona era un atributo de los dioses y de los emperadores a quienes se tributaron honores divinos. La corona triunfal o de laurel, ya natural, ya metálica, se daba por los romanos a los generales victoriosos.
La corona cívica o de rama de encina se concedía en Roma a los ciudadanos beneméritos. La corona obsidional o gramínea (de grama) se otorgaba a aquellos que habían obligado al enemigo a levantar el asedio de alguna plaza.
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