El más conocido de los cascos griegos es el corintio que llevaba un protector nasal y protectores en las mejillas, cubriendo gran parte de la cabeza, excepto los ojos, la boca y la barbilla.
Por esto tenían la dificultad de reducir la audición y la visibilidad del soldado, limitando la visión sólo a la parte frontal.
Con el transcurso del tiempo se le fueron haciendo reformas para mejorarlos como, por ejemplo, dejar al descubierto las orejas para que el soldado pudiera escuchar mejor y reducir la protección de las mejillas con lo que se permitía una mejor visibilidad.
Los hoplitas más ricos e importantes poseían cascos de mayor calidad, decorados con grabados o pinturas.
Muchos adornaban sus cascos con grandes penachos de vistosos colores, fabricados con crines de caballo tintados, fijándolos con un pasador por delante y otro detrás, colgando por la espalda como una coleta, pero progresivamente fueron siendo reducidos o acortados por motivos de comodidad.
Desde el siglo V a.C. algunos hoplitas acostumbraban a teñir las crestas de sus cascos con los mismos colores, como las franjas negras y blancas alternadas de los espartanos.
Los cascos griegos estaban forrados por dentro con fieltro, piel o lino, para amortiguarlos y acomodarlos mejor a la cabeza del soldado.