El ajedrez fue introducido en España a través de Al Ándalus. El mundo árabe conoció este juego a través de los persas, que a su vez lo importaron, probablemente, de la India. En el mundo árabe, el ajedrez no se jugaba con tablero, sino con una tela en la cual estaban pintadas o bordadas las sesenta y cuatro casillas. En su paso a Occidente, la tela se sustituyó por una tabla con el mismo número de casillas. Al principio, estas casillas eran todas del mismo color, pero luego se introdujo el tablero bicolor, que podía tener casillas rojas y negras, rojas y blancas o negras y blancas.
El ajedrez árabe (y también el medieval cristiano, en los primeros tiempos) no contaba con la pieza de la reina. En su lugar existía una pieza llamada firzán que se movía una sola casilla en diagonal. Cuando un peón llegaba al final del tablero se transformaba en firzán. Con el tiempo, en el mundo cristiano el firzán pasó a llamarse alferza (así aparece en el manuscrito sobre ajedrez del rey Alfonso X, en el siglo XIII) y seguía siendo un personaje masculino. Pero al latinizarse este nombre, pasó a conocerse la pieza como fercia, y en francés se tradujo como vierge, o virgen.
Como en la cultura medieval a la Virgen María se la llamaba también Regina (reina), la pieza en cuestión pasó a ser una pieza femenina, con el nombre de Reina. Esta transformación fue acompañada de un aumento de poder para la pieza, que pasó a moverse en todas direcciones a través de todo el tablero. El alfil también cambió a lo largo de la Edad Media, pasando de ser una pieza que se movía dos casillas en diagonal a moverse tantas casillas como el jugador quisiera. Las torres, el rey y los caballos mantuvieron sus movimientos originales.
El ajedrez se consideraba un juego de guerra y formaba parte de la educación de todo caballero. Los países europeos en los que más extendido estaba este juego eran España e Italia. Los tableros y las piezas de ajedrez eran bienes valiosos, y muchas veces aparecen en los testamentos como parte destacada de una herencia.