A partir del siglo XVI, la vestimenta constituye la mayor muestra de la ornamentación y lujo en la indumentaria de los cortesanos y de los burgueses.
Las sedas, brocados, damascos, terciopelos eran la materia prima de los trajes cortesanos, incrustados con piedras preciosas como perlas, zafiros, rubíes, esmeraldas, hilos de oro y plata que abundaban en cada centímetro de tejido que cubría el cuerpo de los y las cortesanas y miembros de la alta burguesía, cada vez más enriquecida.
La moda cortesana se caracterizó por su variedad, riqueza de colorido y libertad, que subrayaron el carácter individual del vestido renacentista implícito en el pensamiento humanista.
Los trajes cortesanos crearon un estilo propio. En la corte, el personaje femenino más importante y más imitado en su forma de vestir era la reina, así como el rey lo era en la moda masculina cortesana.
La forma del vestido femenino con la cintura muy estrecha, largo y muy ancho, sostenido por el verdugado sobre el que descansaban las faldas en forma geométrica. Inicialmente se cubría el pecho y los hombros, pero posteriormente se profundizaron los escotes, que dejaban ver los hombros.
Por oposición, hubo entre la gente popular de la época, una respuesta cultural al vestir de la aristocracia intentando imitarla con cierta apariencia lujosa, muchos adornos, cintas, etc.
Las mujeres y hombres campesinos, debido al auge del comercio de las telas podían conseguir más variedad de textiles y a mejores costos, mejorando también su vestimenta.
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