El guerrero medieval usaba en el campo de batalla armas defensivas y armas ofensivas. Entre las armas defensivas más importantes estaban el escudo, el casco y el peto.
El casco protegía la cabeza contra los golpes que podía propinarle su enemigo, ya fuera con espadas, escudos y otro tipo de armas contundentes como las mazas, etc.
El casco generalmente era pesado, pues debía ser de metal grueso para cumplir su función protectora. También limitaba, en algunas ocasiones, sentidos como la vista o el oído tan importantes para los reflejos y la propia defensa personal del combatiente.
Los cascos metálicos solían ir acolchados por dentro, y tenían correas para sujetarse mejor.
Existían diferentes tipos de cascos como la barbuta, el yelmo, la capelina, la celada, el bacinete, el capacete, el morrión, etc.
El casco tiene un importante significado práctico y estético como se aprecia en obras artísticas y literarias. En algunas ocasiones también denotaba el estatus social y militar de su portador.
Es frecuente que los cascos después de haber finalizado su función práctica pasaran a la esfera de lo simbólico.
Sus diseños intentaban conseguir una mayor eficacia y ergonomía.
El casco protegía la cabeza del guerrero, exceptuando las aberturas correspondientes a los ojos y la boca. Por lo que su protección no era total. Y aunque se dotara de una barra nasal, era una protección adicional sobre la cara, especialmente de los golpes de espada.
La protección facial se podía combinar con el almófar de malla, dando al guerrero una protección mucho más completa en la cabeza, si bien la nuca sigue siendo muy vulnerable a los golpes con armas contundentes.
Luego, se le agregó una chapa que circunvala el casco dando ya cierta protección a la nuca.
En los cascos medievales funcionales, el grosor del metal era de alrededor de 1,5 o 2 mm., y su peso oscilaba por los 2 Kg., dependiendo del tamaño.